Dia 2: Trancoso - Monsanto
Vaya, qué bien se duerme en esas enormes!! Y por si no fuese suficiente, el desayuno del Solar Sampaio e Melo nos acabaría por poner las pilas para afrontar el día con energías renovadas. Pero todavía no había llegado el momento de irnos…
Trancoso
Una vez desayunados, nos echamos a la calle. Lo primero que hicimos fue visitar el castillo, una fortificación datada en el siglo X, del que permanecen en pie y en buen estado la alcazaba amurallada, con 5 torres y la torre del homenaje. Tras su levantamiento, el castillo pasó a manos musulmanas durante la ocupación de la península, de donde viene la característica forma de pirámide truncada de la torre principal, siendo recuperado por el Reino de León durante la Reconquista. Volvería sufrir asedios por los almohades, hasta que Dom Afonso Henriques lo incorporaría al recién gestado Reino de Portugal. Todavía volvería a sufrir ataques castellanos y posteriormente la invasión de la tropas francesas de Napoleón, hasta que cayó en el olvido. Por fortuna, el estado portugués lo rescató, lo rehabilitó y lo declaró Monumento Nacional.
Visitado el castillo, salimos a deambular por el pueblo, por las estrechas callejas empedradas de su recinto amurallado, alegremente invadidas por voluminosas matas de hortensias, que lamentablemente todavía no estaban en flor. Salimos de la muralla y volvimos entrar por la Porta d’El Rei, solemnemente jalonada por sendos torreones, y ya nos dejamos llevar hacia nuestro alojamiento, pasando por la plaza principal del pueblo, donde una estatua rinde tributo a uno de sus personajes más notables: António Gonçalves Annes Bandarra, zapatero y trovador, que se caracterizó por sus versos de carácter mesiánico, que curiosamente eran válidos tanto para el credo cristiano como para el judía, que cohabitaban el la localidad. Esto le valió para ser juzgado por el Tribunal de la Santa Inquisición, aunque fue apercibido con una pena leve, y pudo volver a Trancoso, donde moriría años más tarde.
Había llegado la hora de recoger y ponernos en marcha. Repostamos y rodeamos el pueblo para salir en dirección a Marialva, nuestro próximo destino. Al pasar tras el castillo, todavía pudimos divisar el alto muro que lo dellimita, así como las 2 barbacanas que lo protegen, además del propio desnivel del terreno. Desde luego que con los medios de la época, era absolutamente inexpugnable.
Según nos alejamos de Trancoso, la plomiza niebla se la mañana iba dejando paso a unos tenues rayos de sol, que alegraban la vista y parecían ser un mejor presagio para el resto de la jornada que lo que nos había acompañado durante las primeras horas de la mañana. Al poco nos incorporábamos a carretara Nacional IP2, que nos llevaba en poco más de 20 minutos al pie de la siguiente parada.
Marialva
En esta ocasión nos tocaba pagar entrada. Una entrada simbólica, porque fueron 1,5€ por persona. Yo creo se se debe pagar por entrar a este tipo de monumentos, y la exigua cantidad aportada hasta se me antoja escasa para los costes de mantenimiento y rehabilitación que tiene que tener un recinto de este tipo. En esta ocasión, se trataba más que un castillo, de un recinto fortificado. Nada más entrar destaca la torre del homenaje, pero en esta ocasión, toda el recinto circunvalado por la muralla se encuentra atestado de construcciones. La antigua sede municipal, la cárcel, el tribunal, el palacio una alcazaba se encontraban protegidos por la muralla, que complementaba su fortaleza por 5 torres y solamente se interrumpe en 2 puntos por las puertas que dan acceso al interior: la del Monte y la del Ángel de la Guarda, que se encuentran comunicadas por una calzada. De construcción más reciente se conservan 2 iglesias, y también se mantienen en pie otras construcciones como el “pelourinho”, que es como se denomina en portugués a la picota o rollo de justicia, la cisterna y el pozo que le daba acceso.
Según transcurría la mañana, el sol calentaba más, y esto hacía que costase menos volver a ponernos en marcha. El siguiente segmento de ruta ya no sería ni tan corto ni tan fácil. Ahora tomábamos rumbo este, por carreteras secundarias que serpenteaban hacia el fondo del valle que conforma el río Côa, pasando a escasa distancia de la Reserva Natural de Faia Brava, un santuario de grandes avez rapaces en pleno centro de Portugal. En esta ocasión recorreríamos casi 40 kilómetros, que nos dejarían en Castelo Rodrigo casi para la hora de comer.
Castelo Rodrigo
Enclavado en la cima de una colina, Castelo Rodrigo domina toda la llanura que, extendiéndose hacia el este, llega hasta España. Cuenta la leyenda que fue lugar de pernocta de San Francisco de Asís en su peregrinación hacia Santiago de Compostela, pues se cree que una antigua ruta jacobea discurría por aquí.
El castillo quizás sea el más pequeño de todos los visitados, y el que peores condiciones está. A su alrededor, el pueblo también conserva vestigios de la muralla que lo protegía, con sus 13 torres y 3 puestas, de las que queda en pie la llamada “de la Traición”.
Debido a la brevedad de la visita, y la cercanía de nuestro próximo destino, decidimos aplazar la comida 30 minutos y dirigirnos, esta vez de nuevo por carreteras más rectilíneas, hacia Almeida.
Almeida
Este pueblo ya resultó ser mucho más diferente del resto. Su origen es también medieval, haciendo crecer una población alrededor de un castillo, que por la época pertenecía al Reino de León. Sin embargo, en 1297, en virtud del Tratado de Alcañices, pasó a formar parte del Reino de Portugal, recibiendo carta foral del rey Dom Dinis. Pero 4 siglos más tarde, la Guerra de Restauración portuguesa traería un importante cambio que la llevaría a su conformación actual.
Durante poco más de un siglo, se llevaron a cabo obras de construcción de un recinto amurallado que convirtió a Almeida en una plaza fuerte, protegida por un muro en forma de estrella de 12 puntas, como si fuesen 2 hexágonos superpuestos, uno de ellos girado. Esta estructura estaba reforzada con 6 baluartes y otros tantos revellines, complementados con un foso de 12 metros de ancho, a lo largo de sus 2 kilómetro y medio de perímetro.
Esta estructura defensiva, similar a las de Valença de Minho y Elvas, tuvo que soportar numerosos asedios, y no fue hasta la tercera invasión francesa que un obús impactó sobre el polvorín, provocando una explosión que destruyó gran parte de la población, matando a más de 500 defensores.
Entramos en el pueblo y nos dimos una vuelta recorriendo la espectacular muralla. Habida cuenta de que la hora de comer se nos había venido encima, nos detuvimos a preguntar por un sitio para comer. Nada dentro de la plaza fuerte, pero nos recomendaron un restaurante a escasos 2 kilómetros del centro. Todo un acierto! Una ensalada para compartir, y 2 raciones de “bacalhau”: “à Brás”, revuelto con cebolla, patatas paja, perejil, aceitunas negras y huevo poco cuajado, y “à moda da casa”, frito con cebolla. Delicioso todo, como es habitual. Se notaba que estábamos cerca de la frontera con España, pues en un comedor enorme tan solo en una mesa se hablaba portugués.
Antes de irnos, nos volvimos a acercar a la muralla, a una de sus puertas principales. La vista más espectacular del pueblo de Almeida es desde al aire, pues permite percibir de un vistazo sus dimensiones y su monumentalidad, así que nos paramos con intención de sacar el dron, echarlo a volar y grabar desde lo más alto. Sin embargo, los 2 intentos que hicimos se vieron frustrados por las intensas ráfagas de viento que se habían levantado, y que nos acompañarían el resto de la jornada. Ante la desazón por no poder filmar como queríamos y el riesgo de perder el cuadricóptero, lo bajamos, guardamos los bártulos y nos dimos una última vuelta por el interior del recinto, antes de dirigirnos a la siguiente aldea.
Castelo Mendo
Poco más de 20 minutos nos separaban de Castelo Mendo, circunstancia que agradecimos, pues ante de que la modorra se adueñase de nosotros, teníamos que pararnos y estirar las piernas. El pueblo se encuentra situado sobre un cerro desde el que se domina el valle del río Côa, e incluso más allá, prácticamente hasta la Raia, la frontera con España, a poco más de 10 kilómetros en linea recta.
Al llegar a la entrada se encuentra uno con una explanada para aparcar, pero como íbamos en moto, y no se veía afluencia de visitantes, nos colamos hasta la cocina. Al recinto urbano se accede por una puerta que se conserva de su muralla medieval, la Porta da Vila, una abertura en la muralla entre 2 torreones. Al pie de cada uno de los ellos, flanqueando la puerta, exiten 2 verrracos vetones, figuras zoomorfas muestra de anteriores ocupaciones de la zona. Nada más franquear la puerta, dejamos a mano izquierda la iglesia de São Vicente, después de la cual continuamos por la calle principal hasta llegar al Largo do Pelourinho, plaza habitual en todos estos pueblos, con su rollo de justicia en medio. Seguimos adelante y llegamos al final de pueblo, a una loma que lo domina y en la que se encuentran los restos de lo que era el castillo. De él solo quedan en pie partes de la muralla aquí y allá, y en medio, ya desprovista de cubierta, la iglesia de Nossa Senhora do Castelo. En ella, una capilla lateral todavía conserva su artesonado de madera.
Terminada la visita a Castelo Mendo, volvíamos a tener gran distancia al siguiente destino. La ruta nos llevaría a las estribaciones de Guarda, la capital y ciudad más importante del distrito por donde nos moveríamos este día, que yace a los pies de la Serra da Estrela. En este punto, la ruta giraría en dirección sur y transitaríamos una carretera que flanquea la cadena montañosa, totalmente teñida de amarillo en esta época del año, hasta llegar al siguiente destino.
Belmonte
En primer lugar, cabe señalar que este pueblo es conocido por ser la cuna de Dom Pedro Álvares de Cabral, descubridor y conquistador de Brasil. Reza el mito que su misión era llevar a cabo una expedición a la India, por la ruta que circunvalaba África, recién inaugurada por Vasco da Gama, tratando de establecer relaciones en el comercio de especias que se saltasen el monopolio en manos de árabes, turcos y españoles. Pero adentrándose en el Atlántico en busca de vientos más propicios, estos empujaron la expedición de 13 naves hacia la costa sudamericana, que recorrió, reconociendo esas tierras como portuguesas en virtud del Tratado de Tordesillas de 1492. Envío una de sus naves a notificar al rey de Portugal y prosiguió con su misión de llegar a la India. La otra versión de la historia dice que el desvío fue deliberado…
La villa natal de Álvares de Cabral está coronada por un castillo medieval, que ostenta el escudo heráldico de esa familia. Es un castillo más bien sencillo, con un recinto amurallada y una única torre del homenaje. En el lateral de la muralla destaca una ornamentada ventana manuelina, signo inequívoco de la reforma posterior a su fundación que recibió el castillo. No llegamos a tiempo para visitarlo, pues la taquilla ya se encontraba cerrado; así que ante la imposibilidad de acceder, enviamos por aire a nuestro emisario robótico, con el que pudimos grabar una vista desde las alturas.
Otra de las características de Belmonte es la pervivencia de su comunidad judía sefardí, originariamente en su mayoría de España, exiliados tras la orden de expulsión dictada por los Reyes Católicos. También en Portugal el rey Manuel I dictó un decreto de expulsión, pero una parte de aquella comunidad permaneción aparentando una fingida conversión al cristianismo, aunque seguían profesando su religión, lo cual les valió el sobrenombre de “Marranos”.
La modorra tras la comida nos invitó a detenernos un rato en una terraza, donde tomamos un par de cervezas artesanas de la región. Nada extraordinario, honestamente. Callejeamos un poco más, y nos volvimos a subir a la moto en busca del último destino del día, Sortelha, que nos esperaba poco más de 20 kilómetros después.
Sortelha
Saramago escribió de ella en su libro Viaje a Portugal:
Quote:
Entrar en Sortelha es entrar en la Edad Media […] Lo que da carácter medieval a este aglomerado es la enormidad de las murallas que lo rodean, su espesor, y también la dureza de la calzada, las calles empinadas, y, encaramada sobre piedras gigantescas, la ciudadela, último refugio de los sitiados, última y tal vez inútil esperanza.
Nada más llegar, un indicador nos desviaba a la derecha por una estrecha y retorcida carretera adoquinada, hacia una torre con reloj que coronaba el pueblo. No parecía aquello algo tan monumental como lo que habíamos leído del lugar, pero al sobrepasar la loma, pudimos ver el castillo.
Una vez más nos encontrábamos con un amplio recinto fortificado, al estilo del que habíamos podido visitar a primera hora de la mañana en Marialva. En interior acoge multitud de edificaciones, muchas de ellas actualmente rehabilitadas como establecimientos de turismo rural.
Tras rescatar a Isa de las garras de un fértil cerezo que la mantenía atrapada, embelesada por sus carnosos frutos, nos dimos una vuelta por el castillo, desde el que la visión del todo el recinto interior de la muralla es más amplia. En la plaza principal, presidida, como no, por un “pelourinho”, nos encontramos de nuevo con edificaciones de estilo manuelino, tan singulares de la época y de este país.
El sol se encontraba ya muy cerca del horizonte, así que nos pusimos en marcha hacia la última parada del día: Monsanto, la declarada “aldeia mais portuguesa de Portugal”. Ya tan solo la llegada es espectacular, brillando el pueblo al sol dela tardecer como pegado a la falda de la montaña. Subimos por las estrechas callejuelas empedradas hasta que prácticamente no podíamos avanzar más y nos dirigimos a nuestro alojamiento, una casita rural llamada “Castello Monsanto”. La habitación que nos habían asignado era una magnífica atalaya desde la que podíamos divisar toda la planicie que se extiende a los pies del pueblo, con la torre del reloj en primer térmico, y magníficamente aderezada con la puesta de sol en una templada tarde primaveral del mes de mayo.
Lo unico que nos quedaba para rematar el día era la cena. Tras el festín de mediodía, algo ligero era procedente. Una tabla de embutidos y queso de oveja de la Serra da Estrela, y una botella de vino blanco de la Beira Interior nos dejaban satisfechos. El postre nos lo comeríamos en casa, después de dar un paseo por el pueblo: 2 “pasteis de cereija” y una pequeña botella de “Ginja” de Monsanto.
Cansados, pero contentos después de un día muy intenso, nos abandonamos al sueño reparador que nos diese energías para la jornada siguiente.