Etapa 17: Nîmes – Montaillou
Ruta del Imperio Austrohúngaro 2021
Amanece un nuevo día y seguimos en modo “vuelta a casa”. Por momentos parece increíble que hace solo una semana estuviésemos conociendo lugares y viviendo experiencias a caballo entre Eslovaquia y Hungría; es como si ahora estuviésemos en un viaje totalmente distinto, centrado en devorar kilómetros y acercarnos a casa.
El cielo de la mañana sobre Nimes está encapotado, pero se vislumbra como van apareciendo claros en el horizonte. Recogemos nuestro equipaje, cargamos todo en la moto y nos ponemos en marcha. Hoy, ni tenemos desayuno contratado ni hemos comprado nada, por lo que lo primero es encontrar un supermercado. Paramos en un Intermarché a algunos kilómetros de Nîmes; no es que no hubiese ningún otro, sino que es domingo y los horarios de apertura se retrasan. Compramos algo de fruta, fiambre y pan y volvemos a la carretera, esperando encontrar un área de descanso.
Los kilómetros se suceden, y con ellos las travesías por los innumerables pueblos que salpican el litoral occitano, ralentizando la marcha. Sin embargo, lo que no aparece es un lugar donde parar y tomar nuestro desayuno. Así que, a la altura de Lunel, y en vista de que la ruta no nos llevaba hacia Etange de l’Or, una especie de laguna costera que al menos tendría cierto interés paisajístico, optamos por meternos en la autopista A9. Enseguida apareció un area de descanso, a la altura de Fabrègues, algo antes de Montpellier. Allí nos paramos a dar cuenta de lo que habíamos comprado; era media mañana ya, y estábamos famélicos!
Continuamos hasta Narbonne por autopista, pues nada había que ver por el camino, y nos dirigimos directamente a la abadía de Fontfroide. Aparcamos la moto y fuimos hacia la puerta, pero al ver el exagerado coste de la entrada nos dimos media vuelta: 12,50€ por un lugar con un interés arquitectónico inferior al del hecho histórico allí acontecido en el siglo XIII. En aquella época se vivía en la zona del Languedoc el auge del catarimo, una doctrina opuesta al cristianismo romano, y, por tanto, declarado como herejía por el Papa de Roma. Los cátaros, o albigenses (como también eran llamados, por haber surgido su doctrina en la ciudad de Albi) creían en una dualidad creadora, el Bien y el Mal (Dios y Satanás). El Bien daba luz al mundo espiritual, mientras el Mal era el origen de todas las cosas materiales; por ello se oponían frontalmente a la opulencia de la Iglesia Católica, lo cual les sirvió sirviço para granjearse su enemistad, así como la de gran parte de la nobleza, que era el otro poder que acumulaba riquezas.
Sin embargo, en esta región del mundo, el catarismo tenía tal apoyo que incluso el conde de Toulousse, la entidad más importante de Occitania, se manifestaba abiertamente cátaro. Por contra, el papa Inocencio III había nombrado a Pierre de Casstelnau, abad de Fontfroide, como su mano derecha en su intento de pacificar las relaciones con lo cátaros. Las negociaciones con Ramundo VI de Toulousse fracasaron, el conde fue excomulgado y el abad apareció muerto, supuestamente a manos de unos de los hombres del conde. Esto dio los argumentos necesarios al papa de Roma para hacer una llamada a la cruzada, lanzando un anatema por el cual todos los los combatientes tendrían el perdón de sus pecados y prometiendo el paraíso a los caídos en combate. Pero como no solo de la fé vive el hombre, también declaró las tierras del condado de Toulousse “entregadas como presa”, es decir, pasarían a propiedad de quién las conquistase. Un buen acicate para movilizar a los nobles, incluido al rey de Francia, que veía con incomodidad como la Corona de Aragón se expandía precisamente al norte de los Pirineos. Todo esto terminó con asedio a los castillos que uno a uno fueron cayendo, con las consiguientes masacres de población, fuesen seguidores de la creencia cátara o no. Aqui se acuñó ña célebre frase del abad de Citeux, quien con la población de Beziers refugiada en la iglesia tras el sitio, y ante las dudas de la tropa de qué hacer con ellos dictó:
- “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”
Todo esto es un somero resumen de un episodio de la historia apasionante; si queréis saber más sobre los cátaros y la cruzada que sufrieron, existe multitud de literatura al respecto, e incluso alguna canción de los Iron Maiden! Como nosotros ya nos conocíamos algo de la historia, hicimos trampa, echamos a volar el dron y nos pusimos en marcha hacia nuestro siguiente destino: Carcassonne.
Aparcamos en el centro de la ciudad, que parecía un pueblo fantasma. Dejamos nuestros bártulos en la moto y nos fuimos a dar un paseo. Ya que habíamos comido a deshora mucha hambre no teníamos, pero si que el calor de la tarde nos inducía a la modorra, por lo que nos apetecía un café. No hubo manera humana. Todos los locales abiertos eran restaurantes y solo estaban en servir comida. Ni una cafetería. Optamos por irnos al otro lado del río, donde se alza la Cité, la fortaleza medieval por la que es conocida esta ciudad, co idéntico resultado. Finalmente claudicamos comprando una botella de agua en un restaurante por la que nos cobraron sin sinrojo alguno 5€ de curso legal.
La Ciudadela de Carcassonne es in bien cultural ciertamente controvertido. Está declarado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero en mi humilde opinión, quizás se lo deberían replantear… El recinto fortificado, protegido por una doble barrera de muralla y barbacana de más de 3 kilómetros de cuerda, estuvo totalmente abandonado hasta que el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc tuvo la idea de recuperarlo en el siglo XIX. Una loable idea, si no fuese porque lo que hizo como le vino en gana, no respetando la diferenciación entre las partes originales y las reconstruidas, e incorporando elementos impropios ni de la zona ni del tiempo, como las cubiertas cónicas de las torres, que nunca existieron por estas latitudes, siendo oriundas de la Bretaña y Normandía. El pastiche resultante de su interpretación, más propio de un cuento de Disney que de una recuperación patrimonial, ha propiciado que su interior sea la apoteosis del turismo kitch, con profusión de toda clase de tiendas de souvenirs, terrazas, heladerías, falsos artesanos medievales y contando incluso con un horario regular de representaciones de torneos medievales. Al menos se ha conservado con cierta (no toda) dignidad el castillo de los vizcondes de Carcassonne y la Basílica de Saint-Nazaire. Pero a pesar de los pesares, el invento es uno de los monumentos más visitados de Francia y funciona en términos monetarios; prueba de ello es que toda la vida de la cuidad está allí dentro; de ahí es aspecto de pueblo fantasma que habíamos percibido en la ciudad baja.
Hartos ya de aquel espectáculo, salimos del recinto y cruzamos el Pont Vieux y la Bastide hasta llegar a la moto. Por el camino, Isa me da la mala noticia: sus recurrentes migrañas han vuelto a hacer acto de presencia. Ante la posibilidad de que se agrave, decidimos inmediatamente y sin dudarlo omitir las siguientes visitas a los castillos de Foix y Montségur, y dirigirnos por la vía más corta a nuestro alojamiento. Rellenamos el tanque de Lipizzana nada más salir de Carcassonne y ponemos dirección sur. Pronto, al pasar la población de Limoux, la carretera abandona la llanura occitana y se empieza a contornear. Nos dirigimos directamente a los Pirineos Orientales, Y en su corazón se encuantra nuestro alojamiento. Antes de llegar, y en previsión de lo que allí podamos (o no) encontrar, decidimos parar para sacar efectivo en un cajero y beber algo. Isa aprovechará para tomarse su medicación, en previsión de que el dolor de cabeza no vaya a más. Reanudamos la marcha ascendente por la montaña, franqueamos el Col des Sept Freres y nos vamos acercando al falso techo de nubes bajas que divisamos desde hace tiempo. En pocos minutos más llegamos a Montaillou y a
La Caminada Vielha, nuestro alojmaiento de esa noche.
Sus dueños nos reciben en español, pero nos advierten que en breve se acaba. Buenno, no está mal, siempre es mejor que nuestro francés… Finalmente el inglés se afianza como la lengua de común acuerdo. Nos abren las puertas de su casa literalmente, para que ni siquiera la moto duerma a la intemperie. Descargamos las bolsas y las subimos a nuestra habitación. La pieza es enorme, con techos altísimos; es una estancia rústica como toda la casa, un enorme caserón de montaña que antaño también sirvió de base de campamentos de verano bajo el nombre de Les Joyeux Boutons d’Or. Sus propietarios, Jolien y Wilem, son 2 belgas soñadores y emprendedores que se enamoraron a primera vista de la casa y decidieron dar un giro de 180º a sus vidas, dejarlo todo atrás y embarcarse en la aventura de ser hosteleros. A buena fé que lo lograrán; ambos son encantadores, Wilen es un gran conversador y la mano que tiene Jolie en la cocina es un tesoro, simplemente. Nos preparó una quiche de cebolla roja para empezar, una lasaña vegetal y de postre una ensalada de frutas. Todo preparado con productos de proximidad y con mucho cariño. Y para beber, también un vino tinto de la zona, recio, como la gente de la montaña.
Afortunadamente, el acierto de Isa al medicarse con antelación, un rato de reposo en la habitación y el paseo tranquilo que nos dimos antes de cenar, impidieron que la migraña fuese a más. Todavía tuvimos la tentación de dar un segundo paseo nocturno hasta el castillo de Montaillou, el último reducto cátaro en caer, haciendo que ale pueblo pasase a formar parte del Chemin des Bonhomes, la ruta por la la que aquellos albigenses derrotados escaparon de la Inquisición francesa para terminar por instalarse en la Cerdanya catalana. Pero nuestro temor a que nos sorprendiese la lluvia fue superior a las ganas, así que nos sumergimos en la blancura blanca y en el calor calentito de nuestra cama, a la espera de un nuevo día de ruta.